Cuando
caída la luz crepuscular,
se
hizo noche y silencio,
estalló
repentino el trueno
y
retumbó la tierra toda.
En
el centro del laberinto vítreo
pude
ver en el resplandor del relámpago
al
niño con estrellas en el bolsillo,
a
la niña que hablaba con mariposas,
al
soldadito que pintaba nubes.
Pude
ver también a los ángeles niños,
surgidos
del fondo del mar
y
a sus madres cruzando el desierto infinito.
Al vagabundo
muerto con su perro
y
a las furias laberínticas exaltadas.
De
pie en el centro del laberinto de cristal
comprendí
que el todo era la nada,
que
todos éramos polvo estelar
mezclado
con el humus de la tierra.
Así,
vi pasar rauda a la reina de los sapos
con
su corona dorada, collares y pulseras
seguida
de sus ranas de sombrero verde
paseando
en el lodazal.
Así
vi resucitar el pájaro muerto
y
con su cría volar alto,
y
perderse en las nubes del cielo
mientras
el anciano de la casa en ruinas
alzaba
lloroso los brazos.
Al
estallar el potente trueno
temblaron
los árboles del bosque
y
aullaron asustados los lobos
mientras
se desbordaba el mar
y
el barro andaba en ebullición.
Huyeron
despavoridos los hombres
y
los cristales volaron todos astillados
al
grito de la doliente humanidad.
Dios
miraba todo en silencio,
misterioso
silencio el de Dios.
El
estallido estruendoso del cristal
devolvió
a algunos al cielo estrellado
y
a otros al barrizal, cada uno en su lugar.
Así
constaté que el todo era la nada.
Que
solo pervivían los pensamientos
y
las palabras como partículas en el aire
escritas
en el infinito.
Constaté...
que
no existía una secreta puerta
en
el laberinto translúcido de cristal.
Solo
arriba el Universo estrellado
y
abajo el barro primordial.
Dios
miraba en silencio,
gran
misterio ese silencio de Dios,
el acabar del laberinto de cristal
en
un estallido final
así
como empezara.
De
la A a la Zeta y los humanos
buscando
una puerta que no existía.
Lloraban
allá arriba los astros
y
el universo absorbió el polvo estelar.
Después
solo silencio.
De la Zeta a la A.
De la Zeta a la A.
PAMPLONA 9 de septiembre 2015