Me miro pero a veces ni me veo
y voy viviendo sin apenas verme,
real pero siempre más evanescente,
aunque a vosotros, en la casa en penumbra,
a veces os presiento aun sin veros,
parecéis murmullos de hojas secas
o burbujas jabonosas flotantes, etéreas,
iridiscentes... que se desvanecen
sin casi haber sido percibidas.
Sois ladronzuelos de cosas nimias,
gafas, guantes, periódicos o un collar
que os lleváis riendo como campanillas
mientras miro bajo el sofá o en el desván.
!Oh maravilla! una semana después...
la cosa desaparecida está ahí, ahí, ahí...
justo delante de mí sin que me percatara
y os entreveo fugaces tras las cortinas
pues no sois frutos de mi imaginación,
sois verdaderos pequeños duendes
que corríais por encima de mi cama
ya desde cuando yo era una asustada niña
viendo vuestras gorrillas rojas y piruetas.
Por tanto tiempo os pensaba desaparecidos
o quizá dormidos en un viejo armario
o tal vez en un cajón junto a mi osito azul,
ese osito despeluchado con ojos de cristal
que entonces era nuevo con morbidez de nube,
criatura de abrazar cuando sobrevenía el sueño,
¿Es acaso ahora mi segunda niñez? Sí. Eso es.
Me divierto cuando asustáis a mi perro
que gruñe vuestra presencia presentida
que no vista ni oída, en su realidad canina,
pero me enfado y no digo que rabia me da
cuando me robáis las letras del ordenador
o cuando me cambiáis la acentuación.
¿Pero como he puesto ese acento ahí?
Aferraré mi viejo cazamariposas, picaruelos,
correré por toda la casa abajo y arriba,
bajo las alfombras y en el vetusto armario
y por cada rincón os voy a buscar
y, os aseguro, !Ya me vais a oír!
Lo dedico al querido profesor Carlos Mata Induraín,
cazador de acentos robados por los duendes.
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