en
desiertos resplandecientes
donde
reverberaba el aire
en
desmedidos arenales.
Y cuando
nos abrazábamos
bajo el
gran sol cegador
creímos
de amor morir
sobre
engañosas tierras tórridas.
Tiempos
fueron aquellos, ardientes,
de
sableras abrasadas
y fuego en
el alma.
Espejismos
cegadores
que
parecían reales al sol
y al
llegar la noche, eran nada.
Que en el
fondo
esa es
nuestra vida, más soñada
e
imaginada, que vivida.
Fuego que
sueña fuego,
ceniza en
la mañana.
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