viernes, 9 de diciembre de 2011

LA MUERTE DEL VAGABUNDO


                                                                  



Mejor borrar del calendario aquel otoño,

-sí, lo mas sensato es cancelarlo de la historia

extirparlo para siempre jamás de la memoria,-

en el que España parecía una mancha enloquecida

de hormigas a la búsqueda de una miga de pan.



No te vi, amigo, por un tiempo en tu lugar habitual

hasta que después de preguntar me dijeron que

te habían encontrado gélido los barrenderos

en un banco del parque municipal.



Quise saludarte, amigo, una vez más

y así pude conocer ese triste lugar, de la morgue

donde estabas muerto entre otros desconocidos

solo un número en la etiqueta del pié.





Eras un muerto desconocido.

Muerto de esa muerte anónima y solitaria,

esa muerte de los pobres diablos como tú.



Será mejor olvidar aquel otoño, sí,

arrancarlo de la historia y de nuestra memoria,

cuando tantos como tú quedaron sin trabajo

tantos sin porvenir, sin hogar, en la fila

larga del paro, cobijándose para dormir,

en cajeros, el metro o bajo las estrellas.



Por eso ahí te encontraron dormido

soñando tu último sueño entre cartones

con una enigmática sonrisa feliz,

junto a una botella de vino peleón,

un carrito de la compra y un viejo can.



En el sueño caminabas con tus zapatos rotos

por oficinas situados entre nubarrones buscando

un trabajo cual fuere - decías al funcionario-

que seguía denegando entre sus papeles

eres demasiado viejo y no quieren al can”.



He aquí la visita de la parca silenciosa, a la que

no importaba tu edad y sonreía a ti y al peludo,

ella proporcionaría cobijo y ocupación a los dos.



Te encontró con una colilla apagada en la boca,

abrazado, pegadito al perro bajo un cartón.

Y con ella iniciaste una nueva vida, dices,

me parece, desde tu inmovilidad horizontal.



Quizá moriste de ese suicidio lento, uno mas,

muerte natural quienes ya no esperaban nada

en ese triste noviembre

de un año terrible de nuestra historia y nuestra memoria.


Quizá quisiste romper muros con el puño desnudo

pero eran muros infranqueables de cristal,

muros laberínticos, confusos, translúcidos,

muros silenciosos, helados o tal vez ardientes,

muros inquebrantables e inamovibles.





Muros interpuestos entre uno y la humanidad

no cuando se aspira a cosas inalcanzables

sino solo a ser un trabajador con dignidad.

De una parte para ti nada, para otros la normalidad.



Y lo normal para ti, lo posible, fue tocar las estrellas

de la mano de aquella para quién no hay muro,

ni ricos ni pobres porque su toque los hace iguales.



Quizá en tu último sueño con la colilla apagada

y la botella consumida en tu casa de cartón,

ella te permitió saltar a la otra parte y volar,

dejar la fila del paro y ser por fin pez en la pradera,

mariposa en el mar y amante de las estrellas.



Y así, amigo mío, llega el alba a la morgue

entre caras rígidas y cerúleas en fila.

Un rayo de sol ilumina tu sonrisa al fin feliz

con tu trabajo de jardinero celestial,

con el perro hundiendo el hocico entre la hierba,



Hierba verde, muy verde, perlada de gotas del rocío

donde las hormigas tienen su miga

y los trabajadores su pan.




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