Mejor
borrar del calendario aquel otoño,
-sí,
lo mas sensato es cancelarlo de la historia
extirparlo
para siempre jamás de la memoria,-
en
el que España parecía una mancha enloquecida
de
hormigas a la búsqueda de una miga de pan.
No
te vi, amigo, por un tiempo en tu lugar habitual
hasta
que después de preguntar me dijeron que
te
habían encontrado gélido los barrenderos
en
un banco del parque municipal.
Quise
saludarte, amigo, una vez más
y
así pude conocer ese triste lugar, de la morgue
donde
estabas muerto entre otros desconocidos
solo
un número en la etiqueta del pié.
Eras
un muerto desconocido.
Muerto
de esa muerte anónima y solitaria,
esa
muerte de los pobres diablos como tú.
Será
mejor olvidar aquel otoño, sí,
arrancarlo
de la historia y de nuestra memoria,
cuando
tantos como tú quedaron sin trabajo
tantos
sin porvenir, sin hogar, en la fila
larga
del paro, cobijándose para dormir,
en
cajeros, el metro o bajo las estrellas.
Por
eso ahí te encontraron dormido
soñando
tu último sueño entre cartones
con
una enigmática sonrisa feliz,
junto
a una botella de vino peleón,
un
carrito de la compra y un viejo can.
En
el sueño caminabas con tus zapatos rotos
por
oficinas situados entre nubarrones buscando
un
trabajo cual fuere - decías al funcionario-
que
seguía denegando entre sus papeles
“eres
demasiado viejo y no quieren al can”.
He
aquí la visita de la parca silenciosa, a la que
no
importaba tu edad y sonreía a ti y al peludo,
ella
proporcionaría cobijo y ocupación a los dos.
Te
encontró con una colilla apagada en la boca,
abrazado,
pegadito al perro bajo un cartón.
Y
con ella iniciaste una nueva vida, dices,
me
parece, desde tu inmovilidad horizontal.
Quizá
moriste de ese suicidio lento, uno mas,
muerte
natural quienes ya no esperaban nada
en
ese triste noviembre
de
un año terrible de nuestra historia y nuestra memoria.
Quizá
quisiste romper muros con el puño desnudo
pero
eran muros infranqueables de cristal,
muros
laberínticos, confusos, translúcidos,
muros
silenciosos, helados o tal vez ardientes,
muros
inquebrantables e inamovibles.
Muros
interpuestos entre uno y la humanidad
no
cuando se aspira a cosas inalcanzables
sino
solo a ser un trabajador con dignidad.
De
una parte para ti nada, para otros la normalidad.
Y
lo normal para ti, lo posible, fue tocar las estrellas
de
la mano de aquella para quién no hay muro,
ni
ricos ni pobres porque su toque los hace iguales.
Quizá
en tu último sueño con la colilla apagada
y
la botella consumida en tu casa de cartón,
ella
te permitió saltar a la otra parte y volar,
dejar
la fila del paro y ser por fin pez en la pradera,
mariposa
en el mar y amante de las estrellas.
Y
así, amigo mío, llega el alba a la morgue
entre
caras rígidas y cerúleas en fila.
Un
rayo de sol ilumina tu sonrisa al fin feliz
con
tu trabajo de jardinero celestial,
con
el perro hundiendo el hocico entre la hierba,
Hierba
verde, muy verde, perlada de gotas del rocío
donde
las hormigas tienen su miga
y
los trabajadores su pan.
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