viernes, 30 de diciembre de 2011

UN DIABLO POR SOMBRERO




Llueve. Hace un día asqueroso.
Si se mira en el espejo
ve arrugas y sombras
lo cual aumenta su enojo.
Y se detesta de pura rabia.
Cierto, el tiempo no acompaña,
las nubes son como sombras
filas de minúsculas hormigas,
que devoran ávidas el rostro
mientras la lluvia persiste
y los surcos se hacen ríos.
A un punto la cara desaparece.
Queda solo el sombrero
suspendido en el aire
sobre el vestido negro.
Caminan bajo el paraguas
un sombrero sin cabeza
un diablo en el sombrero
y una silueta con un perro.
Se siente el eco del taconeo
en la calle desierta.
Quién sabe donde va
el diablo del sombrero.
La mujer se quedó en casa.

lunes, 26 de diciembre de 2011

MAR DE OPULENCIA





Caminando por el laberinto
he visto volar gaviotas
sin que hubiera ningún mar azul.
Lanzábanse a pico sobre un mar gris,
gritando felices en la tremenda fetidez
tal era la abundancia de comida
ahí por los humanos depositada,
restos de una deslumbrante opulencia
sobras de mesas navideñas
entre papeles y lazos dorados.
También en el laberinto
he podido asombrada ver
como no gaviotas sino niños
recogían huesos con alguna carne
papeles con algo de dulce,
muñecas sin ojos o sin un pie.
E igual que las gaviotas
los niños expresaban su felicidad
y corrían de un lugar a otro
enarbolando papeles color oro.
Y en el laberinto de cristal conviven
sin tocarse gaviotas, ricos y niños,
ignaros los unos de los otros.
Ceguera dada por la abundancia
que olvida que el peso de la riqueza
ha hundido otras naves de opulencia
en la historia de la humanidad.
De éste modo en la nave hundida
quizá solo las gaviotas y los niños
algo puedan encontrar entre restos
del naufragio de una ciega sociedad
que fuera próspera y ya no existe mas.

martes, 20 de diciembre de 2011

NIÑOS EN NAVIDAD

 

La ciudad gris es menos gris, si,
y cuando llegan los niños a la plaza
la vieja ciudad se anima y se alborota.

Ellos llegan con bufandas de colores
las narices rojas, gorros hasta las orejas
y ojos brillantes como estrellas.

La ciudad gris es menos gris, si,
la plaza huele ya a Navidad
y en los puestos venden musgo
corcho, muérdago, acebo, abetos
panderetas, pastorcillos, ovejas ,
figuritas del Belén grandes o pequeñas.

La Virgen, el Niño, san José, el buey y la mula.
Hasta los Reyes Magos y sus camellos
el castillo de Herodes y la estrella cometa,
no falta el ángel encima del portal
ni las montañas de corcho y el río plateado.

Como cada año de nuevo todo cambia
y hasta las farolas de la plaza
se alegran cuando llega la nieve.
La ciudad gris es menos gris, si,
poco a poco comienza a ser blanca.

En las cornisas de las casas
carámbanos de hielo parecen llorar
pero a los niños no les importa
ver caer lágrimas de las ventanas,
se divierten en la plaza adornada
con un gran árbol de Navidad.

Van vistiéndose de blanco sus ramas
y las luces de colores y las bolas
que lo engalanan son como chispas
que hacen olvidar que la ciudad es gris.

Con los niños es hoy menos gris incluso
diríase que quiso vestirse de blanco
y que ellos ignoran las lágrimas
esas colgantes en carámbanos.
Para los niños hoy es Navidad
la ciudad gris hoy es blanca
y si las cornisas lloran
les da completamente igual.




sábado, 10 de diciembre de 2011

LAS HOJAS





No sé si las hojas cuando caen,
desean, belleza dorada,
volar rápidas con el viento
para conocer parajes lejanos,
o tal vez lo que esperan,
en cobre convertidas,
es deslizarse por el suelo
y arrastradas por el aire,
tupida alfombra crujiente,
ser música para viandantes.
O quizá lo que anhelan,
pacientes y silenciosas
es la fina otoñal lluvia
para transmutarse lentas
en perfumada tierra.
De la tierra vinieron
y a ella volverán.

viernes, 9 de diciembre de 2011

LA MUERTE DEL VAGABUNDO


                                                                  



Mejor borrar del calendario aquel otoño,

-sí, lo mas sensato es cancelarlo de la historia

extirparlo para siempre jamás de la memoria,-

en el que España parecía una mancha enloquecida

de hormigas a la búsqueda de una miga de pan.



No te vi, amigo, por un tiempo en tu lugar habitual

hasta que después de preguntar me dijeron que

te habían encontrado gélido los barrenderos

en un banco del parque municipal.



Quise saludarte, amigo, una vez más

y así pude conocer ese triste lugar, de la morgue

donde estabas muerto entre otros desconocidos

solo un número en la etiqueta del pié.





Eras un muerto desconocido.

Muerto de esa muerte anónima y solitaria,

esa muerte de los pobres diablos como tú.



Será mejor olvidar aquel otoño, sí,

arrancarlo de la historia y de nuestra memoria,

cuando tantos como tú quedaron sin trabajo

tantos sin porvenir, sin hogar, en la fila

larga del paro, cobijándose para dormir,

en cajeros, el metro o bajo las estrellas.



Por eso ahí te encontraron dormido

soñando tu último sueño entre cartones

con una enigmática sonrisa feliz,

junto a una botella de vino peleón,

un carrito de la compra y un viejo can.



En el sueño caminabas con tus zapatos rotos

por oficinas situados entre nubarrones buscando

un trabajo cual fuere - decías al funcionario-

que seguía denegando entre sus papeles

eres demasiado viejo y no quieren al can”.



He aquí la visita de la parca silenciosa, a la que

no importaba tu edad y sonreía a ti y al peludo,

ella proporcionaría cobijo y ocupación a los dos.



Te encontró con una colilla apagada en la boca,

abrazado, pegadito al perro bajo un cartón.

Y con ella iniciaste una nueva vida, dices,

me parece, desde tu inmovilidad horizontal.



Quizá moriste de ese suicidio lento, uno mas,

muerte natural quienes ya no esperaban nada

en ese triste noviembre

de un año terrible de nuestra historia y nuestra memoria.


Quizá quisiste romper muros con el puño desnudo

pero eran muros infranqueables de cristal,

muros laberínticos, confusos, translúcidos,

muros silenciosos, helados o tal vez ardientes,

muros inquebrantables e inamovibles.





Muros interpuestos entre uno y la humanidad

no cuando se aspira a cosas inalcanzables

sino solo a ser un trabajador con dignidad.

De una parte para ti nada, para otros la normalidad.



Y lo normal para ti, lo posible, fue tocar las estrellas

de la mano de aquella para quién no hay muro,

ni ricos ni pobres porque su toque los hace iguales.



Quizá en tu último sueño con la colilla apagada

y la botella consumida en tu casa de cartón,

ella te permitió saltar a la otra parte y volar,

dejar la fila del paro y ser por fin pez en la pradera,

mariposa en el mar y amante de las estrellas.



Y así, amigo mío, llega el alba a la morgue

entre caras rígidas y cerúleas en fila.

Un rayo de sol ilumina tu sonrisa al fin feliz

con tu trabajo de jardinero celestial,

con el perro hundiendo el hocico entre la hierba,



Hierba verde, muy verde, perlada de gotas del rocío

donde las hormigas tienen su miga

y los trabajadores su pan.